Tener 19 años, grabar un disco y ser un boom puede ser maravilloso. Pero también, peligroso. Eso le sucedió a Daniela Herrero, una de las promesas del rock local que arrancó con todo en su primer trabajo, siguió bastante arriba, pero no le alcanzó. “Me sentía poco satisfecha, nada de lo que hacía me llenaba. Necesitaba un impulso, arriesgarme”, dice Daniela que hoy, con 24 años, aún tiene todo “por comenzar”.

Su nuevo trabajo discográfico se llama Altavoz y está integramente compuesto por canciones propias. “Ahora siento que es el momento más feliz en lo musical”, asegura. Cuando se sintió desorientada después de sus primeros discos, tomó la sana decisión de retirarse, tomar distancia para ver con más claridad el panorama y volver a empezar.

Ese golpe de timón coincidió también con un cambio de compañía discográfica, “de mutuo acuerdo”, sostiene. De Sony pasó a Pop Art, que le editó el nuevo trabajo.

“Cuando hice el disco anterior , que se llama El espejo, estaba muy terca, no escuchaba demasiado. Y por eso sentí que no tenía mucho vuelo. Sonaba bien, pero le fataba algo. Por eso, quise retirarme y ahí me di cuenta de que necesitaba desconectarme un poco”, cuenta.

En el medio, mientras no dejaba de hacer canciones, Daniela fue convocada para participar del disco de Fabiana Cantilo, Inconciente colectivo, en 2007, en homenaje al rock nacional, donde hicieron juntas Nada es para siempre. “Fue una experiencia genial. Pasé por las distintas etapas y estados de la música. Después de grabar, Fabi también me invitó a cantar con ella en el Gran Rex. Y ahí estaban todos los grandes del rock. Para mí fue un honor y un privilegio estar en medio de esos monstruos. Fue algo mágico, irrepetible. Yo tenía la expectativa de ‘pertenecer’ y sentí que la cumplí”.

Después llegó el momento de encerrarse a escribir canciones sin parar. “No busco el hit, trabajo mucho desde adentro. Agradezco haber pasado por esa etapa porque ahora disfruto mucho más de lo que hago. Cuando no es el momento de algo, te puede jugar en contra”, dice, con la madurez adquirida en la etapa de repliegue. “Cuando compongo, hago mi propia búsqueda personal. Me pasa que casi siempre que hago una canción me falta el estribillo. Entonces en este disco dije ‘bueno, ése es mi estilo’. Y lo mismo pasa con las letras: quería encontrar mi propio lenguaje, ir sacando las distintas capas”.

Daniela siempre cuenta con parte de su familia en sus trabajos discográficos. Su padre, Daniel, es el productor ejecutivo y su hermano mayor, Gabriel, toca el bajo. “Yo me crié en libertad y eso se lo agradezco siempre a mis padres. Ellos me apoyan incondicionalmente en cada paso que doy y me acompañan en lo que hago. Somos muy unidos y así se vuelve todo más fácil. A mí me encanta tocar con mi hermano en la banda. Es impagable. La música es la herencia más fuerte que nos dio mi viejo”.

Su papá, un ex baterista fanático del rock, fue el gran impulsor de la carrera de su hija menor. Y ahora está detrás de cada paso que da: “Antes tocaba más la batería, pero como ahora no tiene tiempo, disfruta de verme tocar a mí. Y no se pierde un show”.

Convencida de que hay que dejar que las cosas transiten por su carril natural, dice: “Todo lleva un proceso, hay que reconocerlo, sentirlo y hacerse cargo. Es parte de saber crecer”.

Ahora sí, Daniela puede alzar un poco más su propia voz.